(Español tras la foto)
Energy
Two of the most interesting and successful movies of last year in Spain had renewable energies in their backdrop, both in a rural context in the peripheries of the country. In Alcarràs, director Carla Simón narrates the story of a family-run orchard threatened by the expansion of solar panels in Catalonia. With her intimist and delicate style, the director invites us to witness a form of agriculture, and conviviality, in extinction. There is no romanticism or nostalgia in Alcarràs, just a portrait of the huge challenges that small and medium-sized agriculture faces to survive in a system that incentives large scale production and resource centralizing. All of this just on top of the family, financial and ethical conflicts of our times. On the other hand, As bestas brings us to a dark, oppressive and depressed Galicia, where two worldviews and socio-economic realities crash when a small town is presented with the opportunity to install wind turbines. For some people, the wind turbines represent the last chance to sell their land, leave their miseries behind and start a new life in the city. A French family who moved into town to rehabilitate homes and live in harmony with nature does not appreciate the offer. Both movies are not just a window into lifestyles that we rarely see in commercial cinema and tv shows, they also manage to show the complexity of what we roughly consider the solution to sustainably meet our current energy demand.
During the week I spent in Las Cañadas co-op I attended a talk about how we can analyze the History of humanity through the lens of energy. The director, Ricardo, explained that almost all the civilizations have followed the same pattern: a more or less gradual increase in energy consumption (through the exploitation of natural resources, development of infrastructures and mass production, population increase) until they reach a peak. The peak is usually defined by the natural boundaries (they run out of water or minerals or forests, population decreases due to famine or epidemies, etc.). After the peak, there is a more or less steep decrease in the energy consumption until reaching, frequently, the disappearance of the civilization or empire. Ricardo explained that the Spaniards were able to conquer Mexico, around 1520, because the Aztecs had already gone beyond their energy peak, they were in the descending part of their cycle. The evidence of their peak can be seen in the multiple temples still present throughout the country. The exception to this cycle is the indigenous and pre-industrial sustainable cultures. Those that, instead of having a short and steep energy cycle, have multiple subtle ups and downs throughout time. If the energy cycle of the Roman Empire or the Aztecs is similar to a wave, the one of indigenous cultures in the Artic, the Amazon or Australia would be closer to the sea tide.
Given the precedents and knowing that we are children of History, the most obvious question that comes to mind is where in the energy curve is western civilization? The answer depends on who you ask to. For people like Elon Musk or Jeff Bezos we are just about to start the ascending phase, as terrestrial boundaries are not a problem since they are counting on colonizing other planets. Optimists such Leonardo DiCaprio or greenwashing gurus believe that everything will be solved with technology and recycling so we will happily live in an energetic plateau. Finally, some scientists, permaculturists and climate activists think that that we have already reached the peak of oil production, the energy source on which our current culture is based. This last group is subdivided in two teams: those who believe in an energetic collapse followed by chaos and destruction, and those who bet on degrowth, a gradual energetic decrease.
The term degrowth is not very popular, it invokes fear, it smells to scarcity. We are used to coupling economic growth projections and society wellbeing. Evidence shows that there is no correlation between a country’s GDP and their population’s quality of life. Otherwise, how can we explain the mental health epidemy affecting the most industrialized countries of the world? Degrowth does not imply collapse, but a realignment of our values, our ways of being, to achieve permanence over time. It means a transition towards a culture supported on community life, care of the land, reduced consumption and increased equality. This transition will be different on each place as the context, the values and the local resources will determine what shape that community should take in order to reach equilibrium with their surroundings. Instead of being afraid, degrowth can be seen as an opportunity. We could argue that the more energy a society has, the more homogeneous it is. Just take a walk in the financial districts of Toronto, London, Singapur or Sao Paulo and you will notice they are all the same. There is no reflection of the local culture or territory, just an energy splurge in the form of concrete structures and glass walls.
Alcarràs and As bestas show us that maintaining current levels of energy consumption, and keeping up with future consumption, will bring conflicts and complex decisions, even speaking about renewable energy. In As bestas, the French man tells his neighbours that “if it is massive, it cannot be sustainable”. Maybe this is the moment to reclaim slow decentralized local solutions. Small is beautiful.
Take care,
Jose
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Energía
Dos de las películas más interesantes y exitosas del año pasado en España tienen a las energías renovables en el trasfondo, curiosamente ambas en un contexto rural en las periferias del país. En Alcarràs, la directora Carla Simón cuenta la historia de una familia agrícola en Cataluña que ve amenazada su forma de vida por la expansión de las plantas de energía solar. Con su particular estilo intimista y delicado, la directora nos invita a ser testigos de una forma de agricultura, y de convivencia, en desaparición. Sin romanticismo ni nostalgia, Alcarràs muestra las dificultades de la pequeña y mediana agricultura para subsistir en un sistema que incentiva la producción a gran escala y la centralización de recursos, contraponiendo conflictos familiares, económicos y éticos. Por otro lado, As bestas nos adentra en la Galicia rural y deprimida, oscura y opresiva. Dos visiones del mundo, dos realidades socioeconómicas, se enfrentan en una pequeña aldea cuando se presenta la oportunidad de instalar unos aerogeneradores. Para algunas personas del pueblo, los molinos de viento representan la última oportunidad para salir de sus miserias y poder empezar una nueva vida en la ciudad. Esta visión choca frontalmente con la de una familia de franceses que decidieron instalarse en la aldea para restaurar casas y rescatar un modelo de vida en armonía con la naturaleza. Ambas películas no sólo son una ventana con vistas a formas de vida menos comunes, apenas reflejadas en el cine comercial y las series de televisión, sino que consiguen mostrar la complejidad de lo que consideramos la solución a nuestras demandas energéticas actuales.
Durante la semana que pasé en la cooperativa Las Cañadas asistí a una charla que nos invitaba a analizar la historia de la humanidad a través de la energía. Nos contaba el director, Ricardo, que casi todas las civilizaciones han seguido el mismo patrón: un incremento de la cantidad de energía consumida más o menos paulatino (a través de la explotación de recursos naturales, intensificación de medios de producción, construcción de infraestructuras, incremento de población, etc) hasta llegar a un máximo, normalmente marcado por los límites naturales (se acaba el agua, se acaban los minerales, no hay más árboles que talar, la población se reduce por epidemias). Tras este máximo, sigue un descenso más o menos gradual hasta llegar, habitualmente, a la desaparición de la civilización o imperio en cuestión. Nos contaba Ricardo que cuando los españoles llegaron a México, alrededor del año 1520, consiguieron someter al imperio Azteca porque éste ya estaba en declive, ya había pasado su cúspide energética de la que queda evidencia hasta nuestros días por los múltiples templos aún en pie. La excepción a este ciclo la representan las culturas indígenas o preindustriales sostenibles, aquellas que, en lugar de tener un ciclo energético corto y pronunciado, tienen múltiples subidas y bajadas más suaves y prolongadas en el tiempo. Si el ciclo energético del imperio romano o los aztecas se asemeja a una ola, el de las culturas indígenas en el Ártico, el Amazonas o Australia podría considerarse similar al movimiento de las mareas.
Viendo estos precedentes y sabiendo que somos hijas/os de la historia, la pregunta más obvia es ¿en qué punto de la curva energética está la civilización occidental? La respuesta varía según a quién le preguntes. Para gente como Elon Musk o Jeff Bezos estamos apenas en el inicio de la curva ascendente, argumentando que los límites terrestres no son un problema puesto que cuentan con colonizar otros planetas. Optimistas como Leonardo DiCaprio o negacionistas climáticos creen que todo se va a resolver con la tecnología y el reciclaje y que vamos a vivir en un plateau o llanura energética indefinida. Finalmente, está la postura de una parte de científicas/os, permacultoras/es y activistas climáticos que consideran que ya hemos alcanzado el pico de la producción de petróleo, la fuente de energía en la que se basa nuestra cultura actual. Este último grupo se puede dividir en dos subgrupos: aquellas personas que creen en un colapso energético, caótico y desastroso, y aquellas que apuestan por el decrecimiento, un descenso energético gradual.
La palabra decrecimiento suele recibirse con miedo, huele a escasez. Estamos acostumbradas/os a escuchar las proyecciones de crecimiento de los países y asociarlo con el bienestar de la población. La realidad muestra que no hay una correlación entre el crecimiento del producto interior bruto de un país y la calidad de vida de las personas. Si fuera así, no se explicaría la epidemia de enfermedad mental que asola a los países más industrializados del mundo. El decrecimiento no implica un colapso, sino un realineamiento de nuestros valores, nuestras formas de vida, para lograr la permanencia en el tiempo. Significa una transición hacia una cultura apoyada en la vida comunitaria, el cuidado de la tierra, la reducción del consumo y la equidad. Esa transición será diferente en cada lugar, puesto que el contexto, los valores y los recursos locales determinarán qué forma debe tomar esa comunidad en cuestión para entrar en equilibrio con sus alrededores. En lugar de despertar el miedo, el decrecimiento puede verse como una oportunidad. Podría decirse que cuanta más energía tiene una sociedad, más homogénea es. Sólo hace falta caminar por los centros financieros de ciudades como Toronto, Londres, Sao Paulo o Shanghai para darse cuenta de que son todos lo mismo. No hay un reflejo de la cultura local ni de su adaptación al territorio, sólo un despliegue de exceso de energía en forma de armazones de hormigón y fachadas de vidrio.
Alcarràs y As bestas nos muestran que mantener el nivel de consumo energético actual, y el que se avecina con el incremento de población mundial, va a implicar conflictos y sacrificios, incluso hablando de energías renovables. En As bestas, el señor francés les dice a sus vecinos que “si es masivo, no es sostenible”. Quizás sea el momento de reclamar las soluciones lentas, descentralizadas y locales. Lo pequeño es hermoso.
Hasta pronto,
Jose
Great piece Jose! I’m involved in an initiative called The Listening Field where Nature Elders come to converse and cocreate. They continually tell us to go molecular!