(scroll down for English, after the picture)
Civil (I)
Leo que, en España, los presupuestos del estado van a destinar más de 14.000 millones de euros a obras públicas, el mayor importe desde 2010. El plan del presidente Biden en Estados Unidos va camino de destinar un trillón de dólares a proyectos de infraestructura. Supongo que debería sentir alegría, tanto por mi como por mis colegas de profesión. Lo que siento es preocupación. Me temo que el sector de las infraestructuras, o ingeniería civil, no está a la altura de los tiempos que corren y las grandes inversiones anunciadas por distintos gobiernos me evocan la imagen de echar gasolina a una casa en llamas. Con honrosas excepciones, la ingeniería civil, me atrevería a decir a nivel global, es un sector con grandes deficiencias: ensimismado, corrupto, anquilosado en el pasado y reacio a adoptar las nuevas tecnologías. Una visita a obra en el 2022 no se diferencia mucho de una visita en 2008, cuando acabe mi primera carrera. Los materiales de construcción tienen una huella de carbono descomunal (la construcción es responsable de cerca de un tercio de las emisiones a nivel global), las aulas de las universidades cada vez están más vacías y los colegios profesionales carecen de cualquier autoridad. ¿Podemos esperar que este sector nos lidere en una transición hacia un mundo mejor?
La decadencia de la ingeniería civil viene desde lejos. Cuando mi generación se sumó al mercado laboral, ya había explotado la burbuja de 2008 y la fiesta se había acabado. La inversión pública se congeló en España, y en otros países de Europa. La mayoría de gente de mi clase acabó emigrando o trabajando en otras cosas, en particular en consultoría para compañías tipo McKinsey y cosas así. Su trabajo se parece a la ingeniería civil lo mismo que un huevo a una castaña. El déficit de las infraestructuras, algo que las profesionales del sector muchas veces relacionan con el incremento de los controles medioambientales y las trabas burocráticas, para mi es una consecuencia del desapego de la ciudadanía hacia esta rama de la ingeniería. Tanto nos hemos mirado al ombligo, tan poco hemos involucrado a la comunidad en el planeamiento y ejecución de las obras, que ahora nadie quiere invertir ni un céntimo en infraestructura. De hecho, ni siquiera saben de qué estamos hablando. A esto se suma el descrédito generalizado hacia un sector con un problema crónico de corrupción. Es bien sabido por cualquier profesional del sector que la ilegalidad en los contratos públicos, licitaciones y ejecuciones, está a la orden del día. En España, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia multó a seis de las más grandes constructoras del país por haberse puesto de acuerdo para amañar concursos públicos durante 25 años. Las constructoras (Acciona, Dragados, OHL, FCC, Ferrovial y Sacyr), se reunían semanalmente para discutir qué ofertas iban a presentar a concursos, repartiéndose el pastel antes de ir a la fiesta. Esas mismas constructoras se van a llevar la mayor parte de los 14.000 millones que están por venir. Amaño de contratos, sobornos (o donaciones) a partidos políticos, actividades fraudulentas… son prácticas también documentadas en lugares tan variados como Canadá, Holanda o Brasil. Estamos hablando de un problema sistémico.
A pesar de ser algo tan generalizado, una estudiante de ingeniería civil en España pasa por la universidad sin escuchar una sola palabra acerca de ética, profesionalidad o moralidad. Al menos en Canadá y en Holanda si se trata el tema, aunque no sé si con mucho éxito. Tampoco se aborda en las universidades el tema de los sobrecostes o retrasos en las obras, a pesar de ser algo intrínseco a cada proyecto. Esa falta de autocrítica, que transpira al resto de las capas de la profesión, hace que los proyectos no se evalúen tras ser ejecutados para ver si realmente cumplen la función para la que fueron creados. Y así es como existen múltiples ejemplos de aeropuertos que no funcionan, autopistas vacías y presas sin una gota de agua. Todo a costa del contribuyente.
Mi visión del sector es particularmente pesimista, a pesar de no llevar muchos años en él. Pero es que un sector con tanto impacto, con tantos recursos, no puede permitirse perpetuar unas prácticas tan pobres. La sociedad y el planeta requieren mayor altura de miras. Huele a rancio, toca abrir las ventanas y ventilar. En el próximo boletín hablaré de una nueva ingeniería.
Hasta pronto,
Jose
(Español más arriba)
Civil (I)
I read that, in Spain, the next federal budget will allocate more than 14,000 million euro to public works, the largest amount since 2010. President Biden’s infrastructure plan in the US amounts to one trillion. I should be happy, I guess, for myself and my colleagues. However, I am worried. I am afraid the infrastructure sector, or civil engineering, it is not up to what our time demands. Huge investments announced by different governments worldwide make me think of someone throwing gasoline to a burning house. With some exceptions, civil engineering, I would say globally, is an industry with massive flaws: self-absorbed, corrupt, stuck in the past and resistant to adopt new technologies. A visit to a construction site in 2022 is not very different to one in 2008, when I finished my first degree. Construction materials have a huge carbon footprint (construction itself represents about a third of the global emissions), universities are struggling to attract talent and professional associations lack any authority. Can we expect this sector to lead us in the transition toward a better world?
The decadence of civil engineering has been in the works for a long time. When my generation joined the workforce, the 2008 bubble had already burst and the party was over. Public investment froze in Spain, and other European countries. Most of my colleagues ended up migrating or working on something else, mainly consulting firms like McKinsey. Their work has nothing to do with engineering. The infrastructure’s deficit, which some industry professionals claim to be connected to the increase of environmental protection and bureaucracy, is for me a consequence of the disconnect between citizens and infrastructure. We have been so busy staring at ourselves in the mirror, we have left communities out of the planning and implementation of public works, that now no one wants to spend a cent on infrastructure. People do not even know what we are talking about. On top of that, there is distrust in a sector with chronic corruption. Anyone in the sector knows about illegal activities in public contracts, both in procurement and implementation. In Spain, the National Commission of Markets and Competency fined six of the biggest construction companies in the country for making arrangements to fix public infrastructure contracts for 25 years. The construction companies (Acciona, Dragados, OHL, FCC, Ferrovial y Sacyr), had weekly meetings to agree on the proposals they would bring forward to the procurement processes, dividing up the cake ahead of the party. These construction companies will get most of the 14,000 million euro that are about to come. Bribery, fraudulent contracts, “donations” to political parties… these are practices also documented in countries such as Canada, the Netherlands or Brazil. We are talking about a systemic problem.
Despite being so frequent, a civil engineering student in Spain can finish university without having a lesson on ethics, professionalism or morality. At least in Canada and the Netherlands there is a course about it, although I am not sure it is that useful. Universities do not address construction delays and over costs, although they happen in virtually every project. The lack of self-criticism, which extends to the rest of the industry, translates into projects that are not even evaluated to ensure they meet their key objectives. And that is how we ended up with malfunctioning airports, empty highways and dry dams. Everything paid with tax dollars.
My view of the sector is particularly bleak, although my career is not that long. But a sector with such an impact, with so many resources, cannot perpetuate such poor practices. Society and our planet need better. The air is stale, we must open the windows and let fresh air in. In my next newsletter I will talk about a new engineering.
Take care,
Jose
If ethics were taught at earlier grades, say kids as young as 9 years old, I wonder what kind of world we would live in